Actualidad
El prestigio de un nombre
Del Editor
13/12/2023
Revista Palermo
En las carreras, no hay mejor nombre que Carlos Pellegrini. Un título, un nombre que sintetiza todo lo bueno que tiene el turf argentino, su historia, sus hipódromos, su elevage, sus trabajadores, su público apasionado y estoico a veces, desde 1887. El hombre que creó el Jockey Club para mejorar la raza caballar y convertir una actividad anárquica en un deporte, como reza su acta fundacional; el Presidente de la Nación que dejó una huella firme y de progreso, aún con su breve mandato de poco más de dos años, cuando sucedió a Miguel Juárez Celman, de cuyo gobierno era vicepresidente.

Pellegrini fue el amigo de Miguel Cané, que lo ayudó a formar la biblioteca que hoy es orgullo del Jockey Club, y el amigo de Ignacio Correas I -bisabuelo de Nacho, el entrenador de Blue Prize en los Estados Unidos- con quien fundó el haras Las Ortigas; esto sólo por nombrar algunos de los pioneros del club. Luego, como integrante de la comisión del Parque Tres de Febrero, colaboró para erigir Hipódromo Argentino, inaugurado en 1876. Su stud se llamaba Amianto, al que discontinuó por algunas penurias económicas y también durante el lapso de su presidencia.

De esa historia y de esa personalidad se nutre el Gran Premio Carlos Pellegrini, reconocido en el mundo, un faro en América del Sur. Y de las historias que escribieron los protagonistas en la pista, el más memorable el del duelo Yatasto vs. Branding, que tuvo en vilo al país en 1952, cuando el imponente hipódromo de San Isidro transcurría apenas 17 años de vida y una multitud de público nunca vista se desmoronaba ante la derrota del crack, que había ganado el Pellegrini de 1951.

Antes, a principios de siglo, el récord de Orbit como padrillo con cuatro victorias, dos de ellas gracias a Old Man (1904-1905); otro doblete, el de la yegua Mouchette (1911-1912) y el de Macon (1925-1926). Después, Forli (1966), la hegemonía de El Turf con Indian Chief (1968), Practicante (1969) y Uruguayo (1971), los tres, hijos de Pronto. Y las hazañas del brasileño Escorial (1959) y del peruano Santorín (1973), que hoy tiene su estatua en el hipódromo de Monterrico, los primeros extranjeros, que iniciaron una tendencia que se acentuó desde los 80 y sobre todo los 90. En 1976 comenzó un interregno. El Carlos Pellegrini no se corrió ese año y los tres siguientes se llevaron a cabo en Palermo. Eran tiempos de gobierno militar, que cerró San Isidro. La denominación llegó a ser “Gran Premio República Argentina-Carlos Pellegrini”, hasta que en 1980 volvió a disputarse como cierre del año y en San Isidro, cuando en una épica batalla Regidor superó a Mountdrago.

Hubo más avatares. El Pellegrini de 1985 se corrió en febrero del año siguiente por la epizootia de influenza equina, y así, la carrera tuvo dos versiones en una misma temporada, la segunda con el triunfo del invicto Fain ante otra concurrencia masiva que desafió el intenso calor.

Esta vez, el clásico máximo tiene el marco de una situación económica acuciante y un gobierno nuevo, con sólo horas de rodaje. No es el mejor escenario, por cierto. Pero su magnetismo es tan grande que seguramente será otra fiesta. Con la garantía del nombre Carlos Pellegrini.

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