La noticia nos
golpeó hasta lo más hondo, murió Aníbal Etchart, el jockey del pueblo, el que
no aflojaba en ninguna carrera y a quien la gente bautizó como “brazo fuerte”
precisamente por su honestidad y su inquebrantable respeto por la gente
conduciendo a un pura sangre. Siempre afirmó que aunque supiera que no podía
ganar, “le pedía a mi caballo que diera hasta el último esfuerzo para defender
los boletos de los que estaban en la tribuna llegando segundo o tercero y
podían cobrar a placé”, según su opinión. Su calidad de gente y el amor que
tenía con el turf se podía entender claramente en cualquier conversación a la
edad en que los recuerdos forman parte de una vida que se sabe está en la recta
final. Tuve la gran suerte de ser su amigo y darme cuenta de que en cada
palabra destacaba la felicidad que le producía rememorar su paso por la
actividad hablando siempre bien de sus colegas y conocidos, con la bonhomía que
lo caracterizaba y la sapiencia de un hombre que nunca escondió nada en cuanto
a cómo conducir un caballo de carrera. “Pienso que antes nosotros, cuando recién
empezábamos, le pedíamos a los mayores consejos para mejorar, en cambio ahora
son pocos los que se acercan” afirmaba.” Nosotros los veteranos siempre estamos
dispuestos a dar sugerencias y es bueno que así sea porque correr una carrera
tiene un montón de situaciones para un jockey que vale la pena conocer”.
Aníbal Etchart
fue un jinete amado por los aficionados, popular, elogiado sobre todo por los
finales en carreras donde su rigor era notable, peleaba hasta el último
centímetro para lograr un puesto en el marcador. Esa actitud le brindó la
confianza total de los cuidadores y de la gente, que lo bautizó con el nombre
justo: Brazo Fuerte.
En sus cuarteles
de invierno el hipódromo de San Isidro lo tuvo como juez de raya junto a otro
grande, Jorge Valdivieso. Un dúo que ha sido garantía de honradez y sapiencia,
un premio a su campaña.
Se fue al cielo
de los buenos y nos dejó una huella indeleble en el alma. Adiós amigo.