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Bebe Correas
Con Bebe Correas se fue un mundano hombre de turf, criador, dirigente y continuador de una estirpe centenaria.

Gustavo González
21/05/2022
Revista Palermo

Había que escuchar a Ignacio Bebe Correas hablar de las personalidades más diferentes, desde el cuidador José B. Irazusta hasta el embajador Alejandro Orfila; desde el jockey Eduardo Fuchi Liceri a Omar Shariff, un actor que fue su amigo y con el que compartió los tiempos de su apogeo, cuando ya había filmado Lawrence de Arabia y Dr. Zhivago. De Eduardo Jara a Frankie Dettori, que corrió a su yegua Cagnotte en un Selección de este siglo.

El que heredó de Ignacio Félix Correas el haras Las Ortigas, la cabaña que había fundado el padre de aquél, Ignacio Correas I, amigo íntimo de Carlos Pellegrini y puntal de la fundación del turf argentino. Había que escucharlo a Bebe hablar de su abuelo, de Diamond Jubilee, el padrillo que obligó a pedir un préstamo de 15.000 guineas para completar el precio de 33.000 que en 1905 le había puesto Eduardo VII, Rey de Inglaterra. Un dinero por el que “respondió con todo lo que tenía, hasta la ropa…”, contaba Bebe.

Ignacio Correas III, Bebe, se refería con el mismo afecto a Telmo Miguez, el maestro de Irazusta en Las Ortigas, que a Charlie Wittingham, el cuidador que se formó con Horacio Luro, el Gran Señor en los Estados Unidos. Y admiraba a Juan Lapistoy y a Julio Penna y quería mucho a Jorge Mayansky Neer. A Freddy Head y a Liceri. A todos los compartía con Héctor del Piano, su gran amigo, el que lo acompañó en todas las aventuras hípicas.

La mesa directiva de Criadores, la del Jockey Club y la del hipódromo de Palermo lo tuvieron en posiciones de decisión, y por décadas manejó el stud Iceache, con sus colores blanco y verde. Campero, Pretencioso, Alatón, Tapatío y el más grande, Yatasto, nacieron en Las Ortigas, y hay más, como aquel Cosino, potrillo de Grupo 1. Todos le dejaron marca.  

Y fuera de todo ranking, por supuesto, sus hijos Ignacio, el recordado Félix y Ricardo. Entrenadores los dos primeros y ejecutivo de la cría, de arremangarse en el campo, Ricardo. A ellos se suma Benjamín, el hijo de Nacho, que dejó la zona de confort que tenía en Lexington, Kentucky, trabajando con su padre, para venir a entrenar al duro pero desafiante turf argentino. También sobre ellos había que escucharlo a Bebe, ya puesto en padre y abuelo.    

Por iniciativa de Nacho, que sentía que no debía perderse el caudaloso tesoro de la memoria de su padre –un acierto tamaña prevención-, uno tuvo la fortuna de disfrutar horas de charla con Bebe el año pasado. Horas fructíferas, de un Correas pleno, al que le gustaba narrar, contar sin presumir. Los que lo conocieron saben de qué se trata esto.

Se verá cómo se transmiten aquellas cosas en el futuro. En agosto, Bebe, que falleció el jueves pasado en Buenos Aires, iba a cumplir 87. Por ahora, se impone la despedida. Solo por ahora.


Material audiovisual gentileza Hipódromo de San Isidro.



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