Y sí, las
carreras de caballos se apartaron de la Argentina real por diez horas, en el
hipódromo de Palermo. Salieron de un país inexplicable para cobijarse en una
jornada increíble. Para que miles pasaran una tarde a pura sensación y, de paso
y como si hiciera falta, mostrar su potencia con lo mejor que compite en sus
pistas.
Del país
cuya dirigencia prefiere la rosca para mendigar divisas en lugar de abrir las
fronteras y vender lo mucho que se produce, salen caballos que ganan en medio
mundo y sus yeguas madre son codiciadas, por caso, en otro país increíble –pero
en la dirección opuesta- como Japón, que en su economía de locomotora arrastra
un turf trepidante y cría en un territorio impensado por su extensión. Los
hijos que nacieron de esos vientres argentinos triunfan en aquella hípica, que
muestra que puede imponerse también en Europa, Arabia Saudita y Dubai, y es una
sensación en la Breeders’ Cup, de los Estados Unidos.
Hace unos
días, por mencionar sólo un caso puntual, volvieron a ser noticia nuestros
sangre pura en Sudáfrica, gracias a Puerto Manzano, un hijo de Seek Again que
obtuvo su segundo clásico de Grupo 1 en el césped de Turffontein, sobre
El oasis
que significó la reunión del República Argentina, con sus Miriñaque, Belleza de
Arteaga, Subsanador, Joy Rosy, Rammel y la notable yegua uruguaya Girona Fever
tuvo el marco que merecía en un día agradable, que celebraron los
incondicionales gracias a los pozos extra por 200 millones de pesos, y la gente
de asistencia esporádica –o iniciática-, familiar, que incluyó la posibilidad
de ser testigos de una largada a metros de la gatera.
Lo de
Girona Fever fue una apoteosis para las decenas de fanáticos que cruzaron el
charco y gritaron “¡U-ru-guay!” desde que cruzó el disco del Ciudad de Buenos
Aires (G 1). Esa también fue una prueba de que el prestigio de las carreras argentinas
es respetado en la región: a los propietarios del stud Uruimporta no les
importó invertir 11.000 dólares en el traslado para una carrera que los
recompensó con apenas 10.000 -expresado en blue-y además tenían que ganarla-, a
lo que hay que sumarle otros gastos de logística. Engrosar la enorme foja de conquistas
de la hija de Texas Fever, con el Gran Premio Ciudad de Buenos Aires (G 1), al
cabo su 15° éxito, significaba mucho más que un puñado de dólares.
Aunque
suene contradictorio, dio gusto volver a ver largas colas frente a las ventanillas
de venta-pago, una situación que no fue tan bien vista por el público que, a
cada paso, dejaba oír sus quejas en los patios del Paddock y en el segundo piso,
porque las gateras se abrían antes de que pudieran apostar. Se sabe que Aphara,
el sindicato de empleados por reunión, limita el número de operadores que
provienen del hipódromo de La Plata, en un intercambio que sí es fluido entre
San Isidro y Palermo.
Todos -y
todo- fueron satélites de una estrella, Miriñaque, que encandila hace cuatro
años y no da señales de extinguirse. Francisco Leandro Gonçalves, con su
triplete de Grupo 1 -incluido el República-, y el dron que hizo tomas
fantásticas de los desarrollos, fueron sólo dos de los puntos altos que
rodearon al campeón, para fortuna de todos los que lo ovacionaron el lunes y ahora
quieran volver a admirarlo en una pista.