Más
carreras oficiales, más bocas de expendio, más difusión, más público bien
atendido. Las metas del turf del tercer milenio son unánimes. El camino se
conoce pero no se desanda con decisión para llegar a los objetivos. El
denominado Fondo de Reparación Histórica –pongámoslo en mayúsculas para que no
se ofenda por lo que sigue- es un salvavidas de plomo para las carreras. Un
ancla. Una “cómoda” rémora.
Desde que a
mediados de los 90 el diario La Nación
describió cómo un casino de los Estados Unidos derramaba parte de sus copiosas
recaudaciones para engrosar los premios del hipódromo que lo albergaba y le
daba razón a su funcionamiento, las voces se dividieron en favor y en contra.
Casi ofendidas algunas porque “la timba” salía a bancar al deporte de los
reyes. Hasta que surgió el subsidio de las tragamonedas emplazadas en la
provincia de Buenos Aires y Palermo instaló tímidamente una veintena de
máquinitas en el sagrado Salón Torterolo. Y empezaron a verse los réditos.
“Sin las slots
propias ni el aporte de los bingos bonaerenses, los premios estarían en la
mitad de lo que se paga hoy”, suele recitar un directivo mientras organiza
carreras de la categoría alternativa, que pueden ampliar las chances de un
caballo lento, sí, pero también permite llenar programas con la mitad del valor
de las recompensas. O manejar los pozos vacantes que dejan esos jeroglíficos y
el 10% adicional que abona en cada postura el apostador de las agencias.
El fondo,
de trabajosa efectivización, hasta el punto de que San Isidro anuncia en su
circuito de televisión cuándo está en condiciones de pagar los premios de
determinadas fechas, y el aporte de las slots, de irregular cumplimiento según
lo acordado por ley, se dice que para distribuirlo mejor en los premios, lo que
genera reclamos de algunos propietarios, son hoy lo que se temía. Poco menos
que una gentil dádiva del Estado provincial, que no les permite a los
hipódromos de su distrito instalar casinos, como en el escenario porteño, o una
gabela con la que no hay más remedio que cumplir ante un público que en muchos
casos se siente menos bienvenido que el que baja al subsuelo a entretenerse.
Esto
redunda en cierta apatía para generar conexiones con hipódromos del Interior,
que optan por la limosna de los banqueros ilegales y no se preocupan por sumar
lo que juega el público de cada localidad al pozo común. Un desvarío, una red
de beneficios “privados” que no aportan al turf grande que se declama, sin
mezquindades, sin quejarse por lo que gana el otro, al que sotto voce se critica sin piedad. En estos tiempos de streaming,
redes y aplicaciones uno debería levantarse a la mañana y jugar donde quisiera,
con cualquier dispositivo, en cualquier plataforma. En la Argentina es más
sencillo hacerlo con hipódromos del mundo que con los del país.
El Canal
Hípico, que consta en la ley firmada a principio de siglo e involucra a
hipódromos y entidades, nunca tuvo su andamiaje. Resignados, los periodistas
hacen lo de siempre: llevar adelante sus iniciativas propias con escaso apoyo, prescindiendo
del improbable subsidio de Estado alguno, como La Revista del Turf, Turf Diario
TV, Alma de Turf o el flamante Turf Federal TV, que auspicia la Federación
Argentina de Jockey Clubes e Hipódromos, y emite a imagen y semejanza de los
internacionales Hípica TV y America’s Dat at the Races, transmitiendo las
reuniones de varios hipódromos del país con el imprescindible apoyo
periodístico.
Todo
contrasta con las ventas de productos, que “vuelan”, como calificó una experta
organizadora de remates. Lo atestiguan las recientes subastas de los haras Los
Turfistas y Tres Jotas, de Copa Bullrich, Don Florentino, Santa Inés, Alborada,
Masama, entre otros y en este contexto, de acuerdo con los precios de martillo.
Los propietarios también confían en que las ayudas oficiales continuarán
engordando los premios antes de levantar la mano.
Aclaración:
Ante una publicación de Palermo Blanca de la semana pasada, la
jocketa/entrenadora Lucrecia Carabajal señaló que no va a dedicarse con
exclusividad a montar, sino que conserva su rol de cuidadora pero sin presentar
sus pupilos a competir.