El uso del látigo
es un tema con el que empiezan a familiarizarse los jockeys y también los
jueces de cada hipódromo. En Palermo se aplican desde el 1° de mayo las
recomendaciones sobre bienestar animal que emanaron de la International
Federation of Horseracing Authorities (IFHA) y la Organización Sudamericana de
Fomento (OSAF). Para eso creó una serie de normas que regulan la utilización de
la fusta en carrera y en el entrenamiento, y que en el hipódromo porteño se
pusieron en marcha hace un tiempo, por ejemplo, con la uniformidad del
implemento, que provee el mismo Palermo.
Ya hubo
apercibimientos por pasarse de los 10 fustazos permitidos o la forma en que se
emplea el látigo, por caso a Ramiro Barrueco y Carlos Pérez Gullo. No son
infracciones pasibles de fallos directos en las carreras, como
distanciamientos, sino disciplinarias, como aclara Federico Spangenberg,
gerente del escenario porteño: “El objetivo último es el bienestar animal,
evitando castigos innecesarios”, apuntó y adelantó que casos como el que se
vieron el lunes, donde fue notorio que Maximiliano Aserito superó el límite
cuando el caballo ya no reaccionaba y no tenía chances de pasar del 6° puesto,
en la cuarta carrera, será evaluado.
Pero más que
poner la lupa en los excesos que apenas superan aquel límite, el turf intenta
además no ofrecer nuevos flancos para que aprovechen los detractores o los
prejuiciosos en estos tiempos de nuevos paradigmas sociales, que fue lo que
movió a la IFHA a impulsar estas iniciativas. “Las acciones abusivas son
sancionadas desde antes de la norma”, enfatiza Spangenberg. Juan Cruz Villagra
y Martín Valle, por mencionar dos casos, fueron inhabilitados extensamente por
castigar después de pasado el disco, cuando no existían estas normas.
Las sanciones por
no demostrar interés en ganar –eufemismo que reemplaza al popular “bombo”- ya
están desde el fondo de la historia del turf y aunque sean evidentes siempre
dependen de la subjetividad de las comisiones de carreras. Ahí, el que pierde
es el público. En cambio, ningún apostador perderá por abusos en los estímulos
al caballo, un dato también subjetivo, al margen de los límites que se
impongan. Allí, el derrotado será el protagonista central de las carreras de
caballos.
La “duda
razonable” no alcanzó
Hace siete años,
una entrenadora de caballos de carrera de los Estados Unidos, Maria Borell, fue
llevada a juicio en una corte del Estado de Kentucky luego de que un
veterinario oficial detectara que había 43 ejemplares desnutridos en un establo
de Mercer County. El profesional, que vio esa situación en medio de la búsqueda
de dos sangre pura perdidos, denunció que esos caballos no recibían suficiente
alimento, agua ni cuidados.
La semana pasada,
el tribunal desestimó los cargos por crueldad animal que pesaban sobre Maria,
en tanto que su padre, Charles, también cuidador, pasó un breve período en
prisión. Para ambos hubo multas, pedidos de indulgencia, fianzas. El juez Ted
Dean no pudo demostrar que Maria fue la responsable de los cargos que le
imputaron, más allá de una “duda razonable”, y estuvo de acuerdo con el
sobreseimiento que dictó el juez de distrito Patrick Barsotti.
La entrenadora,
que ganó la Breeders’ Cup Sprint (G 1) de 2015 con Runhappy, justamente en
Kentucky, alegó que los cargos eran falsos y que entrenaba sus caballos , en
Florida, “a mil millas de Mercer County. Los que me conocen saben que nunca
maltraté a un animal”. Su padre, en tanto, recibió una pena de prisión de dos
años, en suspenso.
El maltrato se
comprobó, no así los culpables de que 43 equinos estuvieran al borde de morir
por inanición, un delito que era penado mucho antes de que existiera esta ola
en favor de los animales, como también sucedía aquí con los excesos al exigir
en competencia o en el vareo. Pero poner un marco legal nunca está de más.